🟠 Aire

Enfoque Personal #111

El problema invisible 🫥

En la última newsletter de julio te contaba lo mucho que me cuesta escribir textos largos en el teléfono, pese a que a otra mucha gente no parece costarle nada. Desde entonces he incorporado una mejora que es acostumbrarme a la escritura deslizante que en su momento pusiera de moda el teclado SwiftKey, después adquirido por Microsoft. Me resulta sorprendentemente efectivo y estoy muy contento conmigo mismo por lo poco que he tardado en adaptarme, y un poco triste por no haberlo intentado antes. Aun así, sigue sin resolver muchos de los problemas que ponía de manifiesto en aquella edición de esta newsletter y que resumo en esta auto-cita:

Quizá porque mis dedos son gordos como marranos, quizá por mi legendaria falta de habilidad manual, quizá porque estoy acostumbrado a los teclados de ordenador desde los diez años, quizá porque mientras escribo esto estoy mirando el párrafo anterior y reescribiéndolo mentalmente o recolocándolo… por todo o por nada no me acostumbro a escribir textos largos desde el teléfono, sin importar que ahora tengo un iPhone 14 Pro Max.

Como ves, no sólo hablaba de problemas al escribir, sino también de movimiento por todo el texto escrito, para reestructurarlo o corregirlo. En este sentido me he sentido muy aliviado al ver que NO ESTOY SOLO EN ESTE MUNDO. Un programador llamado Scott Jenson ha escrito un extensísimo artículo en su blog al respecto de todo esto, que comienza con un estudio que hizo sobre usuarios reales cuando trabajaba en el desarrollo de Android, enfocándose en la edición del texto. Explica a continuación la forma lamentable en la que los sistemas operativos móviles han copiado la forma que tienen los sistemas operativos de escritorio de editar texto y qué cuatro cambios han tenido que implementar para adaptar la tarea a la interfaz táctil. La parte más terrible de todo el artículo es cuando explica las SEIS formas en las que un tap puede malinterpretarse y conducirnos a una acción que no era la deseada. Finaliza hablando de Eloquent, un prototipo de aplicación de edición de texto para Android que ha desarrollado con otro programador y que viene a resolver todos estos problemas, pero que difícilmente verá la luz.

Te recomiendo sobremanera leer todo el artículo y ver el vídeo de demostración de Eloquent, pero si no te apetece, te traduzco aquí el TL;DR (Too long, Dont Read).

Android e iOS comparten un problema común: copiaron las convenciones de edición de texto de escritorio, pero sin una barra de menús o un ratón. Esto les obligó a sobrecargar el gesto del toque con una amplia gama de acciones (colocar el cursor, moverlo, seleccionar texto e invocar un menú emergente) lo que da como resultado un desorden excesivo y ambiguo, que lleva a una variedad de errores de usuario.

Es menos un problema si sólo haces ráfagas cortas de texto en las redes sociales o en las aplicaciones de mensajería. Pero hacer algo más complicado, como un correo electrónico, se vuelve tedioso. Sin embargo, en mi estudio de usuario sobre la edición de texto, me sorprendió descubrir que todo el mundo tenía problemas significativos y soluciones bastante graves para la edición de texto.

Con el extremadamente talentoso Olivier Bau, juntos creamos un prototipo llamado Eloquent, que ofrece una solución mucho más simple. Presentamos este trabajo en UIST 2021.

Aire 🦐

Esta pasada semana fui al cine con unos amigos. Se trata de un grupo de papás del cole a los que conocí cuando nuestras hijas entraron a primero de infantil, en 2013. Aunque las niñas han ido cambiando de clase e incluso de centro (no están todas en el mismo instituto) nosotros hemos seguido manteniendo la relación y quedando con cierta frecuencia. Es cierto, no obstante, que las mamás quedan más que los papás y que los encuentros de todas las familias completas también han disminuido en frecuencia con el paso del tiempo, pero no así el afecto sincero que nos profesamos.

Cuando los papás quedamos lo hacemos para cenar, contarnos la vida y luego ir al cine. A esta convocatoria hemos acudido cuatro de cinco (no está mal) y comenzamos cenando en un sitio de bocadillos llamado La Boca te lía (dioses del naming) que está en el mismo centro comercial que la sala de cine de nuestros amores (premium, con butacas que se estiran por completo). La cena discurrió de forma muy agradable, porque teníamos tiempo de sobra hasta la hora de comienzo del pase y no teníamos que tragar a toda velocidad. Los temas de conversación fueron los habituales en estos casos: actualización de cosas del trabajo, qué serie estamos viendo y recomendamos, algo del comienzo escolar de la prole, la situación en Oriente Medio 😔 y el clásico repaso al estado del mercado automovilístico, sobre todo en lo tocante a coches eléctricos. En algún momento pasamos a tratar otro de los temas top, todo lo relativo a la comida en casa. Hablamos de los menús, de quién cocina y esas cosa. Como he dicho antes, a estos hombres me une un vínculo muy profundo que me permite sentirme en confianza con ellos aunque pasemos meses sin hablar. Y es por esto que decidí armarme de valor y abrir mi corazón: “El jueves nos llega una freidora de aire que acabamos de comprar”.

Las risas, las bromas cesaron de inmediato y un manto de profunda tristeza cubrió la mesa donde estábamos. Uno, con la cabeza baja, no se atrevía a levantar la mirada, por miedo a cruzarse con la mía y no encontrar palabras. Otro directamente se levantó de la mesa y se marchó unos minutos; ha sido un año duro para él y ahora no está en condiciones de encajar determinadas noticias. El tercero sí acertó a ponerme una mano en el hombro y, con los ojos anegados en lágrimas, mascullar de forma inaudible algunas palabras que no necesité escuchar para comprender.

Como he dicho antes, quedaba tiempo de sobra antes del cine, por lo que no tuvimos problema en dejar pasar los minutos, en silencio, hasta que volvió el que se había marchado. Tras un par de inspiraciones profundas pudimos por fin hablar, y tratamos de conmemorar con melancolía pero sin congoja, todo lo que yo estaba a punto de perder, y que alguno de ellos ya había perdido. Quisimos enfocarlo positivamente, no incidir en lo que nunca más será sino centrarnos en todo lo que fue: esos rebozados crujientes, las puntillas doradas de los calamares y chipirones, o las patatas fritas que necesitan reposar sobre varias servilletas de papel para intentar, fútilmente, absorber el exceso de aceite, como si dicha demasía pudiera considerarse un defecto, algo a corregir…

En contraposición ahora me espera todo un ejercito de influencers quienes, a través de cuentas en distintas redes sociales, desplegarán sobre mí una enjambre de recetas con un denominador común: la presunción. No existe ninguna marca en el mundo que anuncie su producto indicando que es bastante parecido al de la competencia, con la excepción de las recetas de para freidora de aire y algunas (que no todas) recetas veganas. “¡Qué bien salen las patatas fritas en la freidora de aire con este truco!”. “10 formas de conseguir rebozados crujientes con tu freidora de aire"“. Te digo yo la forma número 11 ¡FRÍELOS EN ACEITE! Cuando la parte fundamental de tu éxito consiste en hacer creer al cliente que eres casi tan bueno como otros, es que algo anda mal en tu definición existencial.

La vida da muchas vueltas y al igual que los movimientos artísticos pendulan a través de la Historia entre lo apolíneo y lo dionisiaco, estoy seguro que esta perniciosa moda decaerá. Por ello no voy a deshacerme de mi maravillosa freidora de aceite CECOTEC. Por última vez, voy a limpiarla ceremoniosamente usando su ingenioso sistema de decantación, voy a limpiarla con mimo, con una esponja suave y un detergente no abrasivo. Voy a secarla con paciencia y a guardarla bien cerrada para cuando los tiempos cambien, para cuando esta sociedad recobre la cordura y vuelva a permitirnos ser felices.

Y ya está.

No te pongas triste por mi relato final. Algo bueno tendrá ese horror tecnológico que hemos comprado y, cuando lo averigüe, vendré aquí a contártelo. ¡Hasta la semana que viene!