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🟠 El TBO que me regaló mi abuelo
Enfoque Personal #125
El último servicio 😡
Cuando ya todo parecía hecho y, pese a las horribles formas, Apple había cumplido con todo lo requerido por la DMA para iOS, un ataque de estupidez ha estado a punto de mandarlo todo al traste. El jueves contaba en Emilcar Daily que Apple había suspendido la cuenta de desarrollador de Epic, con un argumento típico de novia contrariada en película estadounidense de adolescentes: “Dime ¿por qué debería volver a confiar en ti, Jimmy Joe?” le preguntaba un jubilable Phil Schiller al CEO de Epic en una carta que todos los departamentos de PR del mundo tienen ya puesta con una chincheta en su tablón de “cosas que no debes dejar que los directivos hagan”. La respuesta pública y privada del CEO de Epic, ratificando su intención de cumplir a pie juntillas las normas de la App Store y renunciar a Satanás y todas sus obras, no fue suficiente para un Schiller desaforado que respondía, cruzado de brazos y girándose hacia la ventana: “¡No te creo, ea!” como si de una película castiza española de los 50 se tratara.
En 24 horas, un funcionario murciano de la Unión Europea recibía el encargo de preguntar a Apple por esta suspensión como sólo un murciano puede hacerlo: “¿Quéhtáh haciendo, tonto pijo?”. En ese tiempo el staff de Apple pudo encontrar la medicación de Phil Schiller y administrársela, consiguiendo una respuesta que reconforta y avergüenza al mundo por igual: "Tras conversaciones con Epic, se han comprometido a seguir las reglas, incluyendo nuestras políticas de DMA", dijo Apple en un comunicado proporcionado a Ars Technica. "Como resultado, se ha permitido que Epic Sweden AB firme nuevamente el acuerdo de desarrollador y sea aceptado en el programa de desarrolladores de Apple".
Reconforta porque la UE ha garantizado el derecho de Epic y de quien quiera (o pueda) a tener su propia tienda de apps en iOS. Las normas que ha puesto Apple para ello son suficientemente cuestionables como para que encima desde Cupertino se aproveche para continuar con una guerra que tiene ya sus escenarios definidos en los tribunales Y QUE NO NECESITA MÁS DEMANDAS, por mucho que por interés familiar me guste que los abogados tengan trabajo.
Avergüenza porque, como dije en el podcast, una empresa con una valoración bursátil de 2.800 millones de dólares no puede dar estos vaivenes y tomar decisiones basadas en un tweet, suspendiendo una cuenta de desarrollador y volviéndola a la vida en 48 horas.
En el mundo del fútbol es habitual que el entrenador de un equipo en crisis sirva de paraguas al presidente y a la directiva; mientras siga en el banquillo las críticas se dirigirán a él. Pero hay un momento en que no se puede soportar más y la afición se gira hacia el palco. Habiendo perdido su última función útil, la de paraguas, el entrenador es cesado en 24 horas.
En esta fase final de su carrera como directivo en Apple, el papel de Phil Schiller ha quedado reducido a esto, a ser el perro que ladra, muerde y firma medidas y actuaciones que Tim Cook, Eddie Cue o Craigh Federighi nunca harían suyas, por una mera cuestión de imagen pública (no porque no crean en ellas). Schiller se ha quemado ya con este su último servicio al engreimiento histriónico de Apple; es el momento de que deje de avergonzar a todos los que queremos a la compañía y se vaya a su casa.
Esta semana, en Emilcar Daily Premium… 🟡
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El TBO que me regaló mi abuelo 👴🏻
Nací el 6 de agosto de 1974. Eso significa que este año cumplo cincuenta años, que por tanto voy a estar más sentimental de lo normal y que cuestiones nostálgicas y relativas a este medio siglo de vida van a aparecer (si no lo han hecho ya) de forma recurrente en todos mis contenidos.
También significa que soy un niño de verano, algo que en Canción de Hielo y Fuego tiene un contexto un tanto épico pero que en la vida real significa que nunca jamás en tu infancia has celebrado tu cumpleaños con tus amigos del colegio. En mi caso, el 6 de agosto me llegaba siempre en mi pueblo, Blanca. Mi cumpleaños era una celebración típica de príncipios de los 80 del siglo pasado: en casa de mis abuelos paternos, con mi familia, hermana, primos hasta grados insospechados (el pueblo) y un menú de sandwiches cortados, tarta de merengue y Fanta en botella de cristal de litro y medio. La mezcla de adultos y niños en las no muchas fotos que hay de mis cumpleaños puede resultar un poco confusa. Hay alguna donde aparece Don Roberto, el cura del pueblo, con su sotana negra hasta los pies. “¡Don Roberto, sube, que es mi cumpleaños!” parece ser que le grité al párroco desde el balcón.
De todos estos cumpleaños, el que más recuerdo es el de 1981, cuando cumplía 7 años de edad. Empezado ya el festejo, llegaron mis abuelos maternos, en una de sus escasas visitas anuales a la casa de mis abuelos paternos. Nada más llegar, mi abuelo Trinidad extendió hacia mí un tomo encuadernado con tapas color vino, con unas proporciones parecidas a las de un folio y un grosor de unos tres centímetros. Yo sabía bien qué era aquél misterioso libro que me estaba entregando como regalo. Era uno de sus tomos encuadernados del TBO, que siempre andaban rondando por su casa y que yo devoraba con fruición cada vez que les visitaba. Mi abuelo era un ávido lector de novelas cortas del quiosco, de novelas históricas y de cualquier cosa que tuviera letras. También era muy aficionado al TBO, una “publicación infantil” nacida en 1917 y que reunía a modo de revista tiras e historietas de autores españoles, así como pasatiempos y pequeños compendios de curiosidades científicas o históricas. Durante años mi abuelo compró para sí esta publicación semanal y había encuadernado su colección en más de 20 tomos que guardaba en la parte alta de la casa, teniendo siempre dos o tres “en vigor” por el salón. En el TBO se publicaban tiras de Coll, Salvador Mestres, Blanco y otros autores de la época. Algunos se consagraron con personajes concretos, como por ejemplo Josechu “El Vasco” de Muntañola, Los inventos del TBO por el Profesor Franz de Copenhague de Sabatés, Altamiro de la Cueva de Bernet Toledano o La familia Ulises de Benejam.
Me senté en el sofá, justo en el sitio que hay al entrar al salón, a 10 centímetros de la baldosa donde mi abuelo Trinidad me había entregado mi regalo. Abrí el tomo por la primer página y pude leer su dedicatoria de puño y letra: “Para mi nieto Emilio de su abuelo Trinidad al cumplir sus 7 años. Blanca 6 Agosto 1981. T. Molina”. Y me quedé ahí sentado leyendo mi TBO durante toda mi fiesta de cumpleaños, un tomo además de los que todavía no había leído y que claramente mi abuelo había elegido para la ocasión.
Muchos años después, pasado incluso mucho tiempo tras su muerte, heredé su colección de TBO, que tengo en mi poder todavía. Mi tío Celso fue tan increíblemente generoso de dejarme tener este legado y mis primos, que no llegaron a conocer al abuelo, y mi hermana y mi madre también me han permitido mantenerlo íntegro. El tomo que él me regaló lo tengo en el estudio, junto con mis cómics y libros, pero el resto los guardo en el trastero, bien colocados en la parte alta de una estantería, y los reviso con frecuencia para comprobar que están en buen estado. Quizá en un futuro, cuando mis hijos ya no vivan conmigo, pueda coger los tomos de mi abuelo y tenerlos aquí en casa, junto con otras muchas cosas que he tenido que desplazar para dejar espacio, físico y vital, a las cosas de mis hijos ❤️
Y ya está.
Tras toda la semana levantándome a las 6:50, ayer sábado me tuve que levantar a las 6:30 para llevar a Emilio a una acampada scout y hoy me he levantado a las 6:00 para llevar a Isabel a la salida de su viaje de estudios. Espero que de mayores se acuerden de esto y no me metan en un asilo a las primeras de cambio. También espero que esta newsletter haya sido una agradable compañía para tu desayuno del domingo. La semana que viene, más.